01 septiembre 2006

MUCHOS ROSTROS, UN SOLO CORAZÓN


Creo que este título refleja una inolvidable experiencia vivida en tierras venezolanas; sólo han sido dos meses, pero realmente de mucha intensidad, sentimientos y emociones fuertes. Antes de nada presentarme, soy Carlos, seminarista de la Diócesis de Zaragoza, que he venido a Venezuela a realizar una experiencia pastoral de dos meses, con el objetivo de conocer una realidad diferente, una cultura diferente, una sociedad diferente…y aprender lo más posible de toda ella, dejándome interpelar, cuestionar e interrogar.


La experiencia ha sido muy rica y variada, el primer mes lo he pasado en Ciudad Bolívar donde me he podido acercar a muchas realidades: estuve en un mini-campamento de 5 días en Campo-Mata con el MTA (Movimiento Teresiano), visité las comunidades indígenas de Mare-Mare y Barbonero, fui un fin de semana a una graduación a la Parroquia de La Paragua, teniendo la oportunidad de acercarme al mundo rural, conocí los barrios más pobres de Ciudad Bolívar con sus respectivas parroquias, pise la tierra de las famosas Islas de Mochima en pleno Caribe, fui acogido varias veces en Hogares Crea donde conocí a personas muy agradecidas …

El otro mes lo pasé, en su mayor parte en Caicara del Orinoco, en la Escuela de Evangelización que los sacerdotes misioneros de Málaga y un grupo de laicos comprometidos sacan adelante con una gran labor y esfuerzo. Estuve con ellos 3 semanas, que me dieron para mucho. Descubrí muchas cosas que me han ayudado a comprender un poco más el corazón de Dios, y su propio estilo. La experiencia no estuvo exenta de dificultades. Los primeros días me costó pisar tierra, tenía tantos datos e información en la cabeza estudiada y memorizada, que a veces es un obstáculo para encontrarte o mejor dicho para dejarse encontrar por la gente más sencilla. Bajar de lo estudiado a la realidad es todo un aprendizaje, acercar a la gente humilde lo que uno ha aprendido de una manera comprensible es todo un ejercicio de pensar en el otro, de descentrarse, de romper esquemas y teorías pre-establecidas, en definitiva, de amar al otro tal y como es desde su situación real. Como dice un amigo mío “la vida es aprender a amar”. Poco a poco fui adaptándome, hasta ir enamorándome de la especial manera de ser de los venezolanos. Mucho tenía que aprender de ellos, y no me estaba dando cuenta. Sabio es aquel que nunca cesa de aprender, y delante de mis ojos cada día estaba rodeado de gente “sabia” y yo sin saberlo. La gran capacidad de interioridad, la sensibilidad religiosa, la inagotable sed de Dios, la ansiedad por conocer más y más las cosas de Dios, la gran capacidad de acogida y de agradecimiento que tienen, la facilidad para comunicarse, el don de palabra, la dulzura y cariño que desprenden a la hora de relacionarte con ellos…todo ello poco a poco fueron tocando lo más profundo de mi corazón hasta límites insospechados.

¿Por qué me has elegido a mí para vivir todo esto? ¿Por qué has querido que yo viera, viviera y sintiera todas estas cosas? ¿Para qué Señor? ¿Qué quieres de mí? Preguntas que me surgían cada vez que me ponía en relación con Dios. Comprendí a la perfección cuando el Evangelio dice que “el Reino de Dios es para los sencillos y humildes, no para los sabios y entendidos”.
Ahora puedo decir que este versículo de la Biblia se ha encarnado en mi vida y en mi historia personal, es decir, que lo he vivido de verdad.

Tuve la gran suerte de encontrarme en estos días con personas muy sencillas, con poca educación, poca cultura…y Dios me concedió el don de que algunas de estas personas me abrieran su corazón. Creo que esta ha sido para mí la experiencia más fuerte de todas. Que alguien se fijara en mí para compartir conmigo su vida más profunda, sus problemas, sus miedos, su vida en definitiva, creo que no lo podré olvidar nunca. Muchas veces he escuchado en estos días hablar del Espíritu Santo, cantidad de veces, de una manera o de otra, pero yo sé que el momento donde descubrí su presencia fue en la historia personal de las personas que confiaron en mi, curiosamente en la intimidad y en el tú a tú, en la cercanía del corazón, en el amor incondicional que no juzga y que no se ve ni se tiene porque ver, en la caricia que va cargada de significado, en el silencio, en lo escondido, en lo oculto…ahí es donde yo viví la experiencia más fuerte en Caicara.

Un Dios de personas y no de cosas, un Dios cercano que se preocupa por la realidad que viven las personas, un Dios que se transparenta en los pobres, un Dios que no hace ruido, un Dios apasionado. Si hermanos, puedo decir que la revolución de la esperanza y de la gracia que comenzó Jesús sigue siendo actual, real y verdadera. La receptividad de los venezolanos para los cosas de Dios es algo fuera de lo normal.

Como siempre lo que realmente me llevo de Caicara son un montón de nombres concretos, de personas concretas, de rostros concretas, con sus historias personales, que están dentro del corazón de Dios: “muchos rostros, un solo corazón”.

Doy gracias a Dios de una manera especial por Manuel Lozano, Manuel Arteaga, Padre Amalio, “Carito” (seminarista de Málaga), y Alexis (seminarista de Ciudad Bolivar), por su vida, por su historia, por su vocación, y por su presencia.


“La vida consiste en confiar, no en acertar”

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