Impresiones de mi segundo envío a la Misión diocesana.
Mi equipaje dos maletas, con libros, ropa la imprescindible, medicinas que me habían encargado, en total unos
Llegué a Venezuela el
Nos hospedamos en un hotel cerca del aeropuerto en Macuto,
Al día siguiente subimos a Caracas Manolo Lozano y yo, para comprar libros de catequesis, aproveché para comprar una Biblia latinoamericana, y el Cirio Pascual, y cambiar algunos euros. Caracas como siempre, inmensa y vitalista, con el bullicio de gente por todas partes buscándose la vida; El miércoles día dos, partimos hacia Ciudad Bolívar, por la franja costera hacia el oriente, en la carretera el viaje, se me hace largo y pesado sobre todo por el calor, nos iremos acostumbrando, el brazo que llevaba fuera por la ventanilla, lo tengo que meter y proteger del sol, quema demasiado para una piel tan blanca del invierno español. Al llegar a Barcelona, bajamos en dirección sur atravesando el estado Anzoátegui hasta llegar al Orinoco, que atravesamos por el puente Angostura para llegar a Ciudad Bolívar, capital del estado Bolívar. En Ciudad Bolívar dejamos a los dos jóvenes con Juan, en su casa, en un barrio cerca de la carretera de circunvalación, “perimetral” que le llaman por aquí, después de tomar un buen vaso de agua bien fresca, nos fuimos al Arzobispado para saludar y presentarme al Arzobispo Don Medardo Luís, que nos acogió como siempre con gran afecto. Cenamos con él y su hermana Ana. Aquella noche después de una larga y amena conversación en la terraza y con una agradable brisa dormimos en el arzobispado.
Por fin el jueves día 3, partimos para Caicara del Orinoco, después de hacer en la mañana algunas diligencias por la ciudad; llegamos a eso de las cinco de la tarde, y después de bajar el equipaje, y darnos una buena ducha, nos fuimos al templo de Nuestra Señora de
Lo que más impresiona agradablemente, es ver una sociedad llena de vitalidad, la iglesia con gente de todas las edades. El otro día fui a una casa de Caicara a celebrar el responso por la muerte de una madre, a los 52 años por infarto, el féretro estaba en la habitación de entrada, cuando invité a la oración en seguida estuve rodeado por el marido, y un montón de gente, pequeños y grandes, una pequeñita de de unos nueve años, se empinaba y con las manos en apoyadas en el ataúd, miraba por el cristal a su mamá muerta. No lloraba, solo la miraba, le pregunté si era la nieta, y me dijo su padre que era la última de sus hijos. Ahora la hermana mayor, que estaba a su lado, ya una mujer, será su madre, y la vida continúa por el empuje de la juventud. Mueren muchos niños, por falta de medios pero más nacen. Una sociedad joven y con empuje, que sabe respetar a sus mayores es una sociedad con esperanza de futuro.
Ya os contaré más cosas en otra ocasión.
Un abrazo de Manolo Arteaga Serrano desde Caicara del Orinoco.
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